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  • Andrea García Cavazos

A los que quedan

Hoy estas mil y una letras son muy exclusivas… o inclusivas, dependiendo desde donde leas.


Y es que, si bien estos sentimientos nacen de la muerte de los muy queridos, esta es una dedicatoria para los que siguen aquí. Que para nada tienen que ser las mismas personas que eran antes de que su muy querido se haya ido, pero sí son los que han logrado, entre litros de lágrimas y muchas teorías de supervivencia, estar leyendo esto.


Esto es para los que tuvieron miedo de perder a alguien y que eso no les fue suficiente para tener que dejar ir. A los que han logrado sentar a esa ausencia, sin ningún desdén o trato especial, en la misma mesa en la que todos los sentimientos han convivido desde siempre.


A todos los que tomaron la muy valiente decisión de ser lo suficientemente sensibles para escuchar todas las señales que no tienen sonido y leer las que no tienen letras. A los que saben que ese es un idioma y que solo es apto para los que deciden creer en él.


A los que ya entendieron que el irse es relativo porque, en otro lugar, también se llegó. A esos mismos que tienen muy claro que cerrar los ojos significa abrirlos y que, a veces, solo se puede ver así.


A todos los que la ansiedad les ha secado las ideas al no saber cuál será la mejor manera de hacer presente a alguien sin perder ni un gramo de nitidez de esos recuerdos.


A los que han logrado quitarse la prisa de despachar a todo aquel sentimiento que se le parezca a la tristeza porque saben que en el sentir, está el pedir y que en el pedir, está el dar y que solo así los finales se vuelven inicios.


A los García, a los Cavazos y a los Salazar. A los Rosas Cervera y a los De Luna. A las Sánchez. A los Barrero Mier. A los Prida, a los Riviello y a los Carrillo. A los Quintanilla y a los Bugeda. A las Alonso, a los Sotomayor, Álvarez y Boffa. A los Amaya y a los Gallardo. A los Ávila Peña Vera junto a los Rodríguez Novoa.


A todos los nombres y apellidos que saben que no hay límite de sentimientos por minuto.


A los que, con todo y todo, siguen siendo padres, hijos, esposos, abuelos, nietos, hermanos, sobrinos, primos, tíos y, por supuesto, amigos.


A los que caminan a su pasado y regresan al presente llenos de recuerdos todos los días del año.

A los que la muerte les hace sentirse más vivos que nunca y, también, a los que —todavía— les seca un poquito el corazón.

A los que quedan. A los que nos quedamos.

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