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  • Andrea García Cavazos

Halágos de hojaldre

Se quejaba mi amiga Valvanuz mientras comíamos en una panadería:


“Ay Andrea, es que ya nada es igual. Ni las tradiciones, ni los sabores de la comida, ni las amistades, ni nada. Es más, ya ni los halagos son iguales”.


Yo estoy acostumbrada a que Valva —como le digo de cariño— se queje hasta de que el tiempo pase, sin embargo, si bien la logro ignorar en ocasiones, eso de los halagos me intrigó.


“Oye Valvanuz, yo entiendo que las tradiciones evolucionen y que los sabores se multipliquen, pero… ¿los halagos qué?”


Valvanuz me aclaró molesta que en sus tiempos —por allá del año 1945—, los halagos sí estaban completamente rellenos y que —esos sí— eran de calidad.


Nunca me especificó de qué ingrediente estaban rellenos y tampoco me dijo cuáles eran sus favoritos, pero sí me reforzó algo:


“Hoy los halagos están hechos de hojaldre. Aparentemente inflados, pero completamente huecos”.


Si bien las ideas de Valvanuz no van tanto con las mías, ese día decidí aventurarme a relacionar la harina y la mantequilla con los cumplidos así que la escuché.


“Los halagos tienen un principio claro y este es hacer sentir mejor a uno mismo”, aseguró Valva firmemente.


A lo que yo le respondí que, desde ahí, ella y yo teníamos los principios chuecos ya que, para mí, los halagos también tenían el objetivo de enaltecer, pero al de al lado, no a uno mismo. Ella estaba enfrente así que, de frente a frente, me dijo que justo es de este pensamiento de donde nacen los —absurdos-— halagos de hojaldre.


“Es que ya cualquiera se siente con la capacidad de halagar. Uno va por la calle entregando masa de aire disfrazada de deleite sin pensar en las consecuencias”, me dijo cansada.


Como buena defensora de cualquier tipo de panadería, yo le exigí a Valvanuz que no comparara a la hipocresía con unos croissants, ya que, rellenos o huecos, los halagos sabían bien y, por ende, no hacían daño a nadie.


Ella me contestó que precisamente en esas palabras está el verdadero problema de “mi joven e inexperta generación” al asegurar que “con que algo no te mate, ya es bueno” añadiendo que somos un cúmulo de conformistas amantes de lo vacío.


Con el mismo ceño fruncido, me explicó que los halagos hablan más de quien los dice que de quien los recibe. Incluso Valvanuz aseguró que uno tiene que pensar más veces las cosas antes de soltar un halago que una grosería pues “un halago hueco podría ser aún más doloroso que un insulto; aunque, eso sí, un halago bien preparado podría ser más exquisito que cualquier deleite físico”.


Para terminar su lección de cocina, Valva comentó que un buen halagador está consciente de que cuando halaga a alguien también saca a relucir lo que uno mismo trae dentro y...

“eso Andrea, es lo que los halagadores de hojaldre no saben, porque están huecos” concluyó con certeza.


A lo que yo le contesté segura, pero con un poco de vergüenza:


"Estoy completamente de acuerdo contigo, Valva, pero entonces... ¿no nos tiene que gustar que nos digan 'halagos huecos' como que 'somos guapas' y ya, verdad?"


A lo que Valvanuz, aún más molesta, contestó: "Andrea querida, eso no es que nos guste o no. Eso es una realidad y ya de las realidades hablaremos después".




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