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  • Andrea García Cavazos

Hasta ahora, querido

Si bien no me puedo atribuir el gris insuperable de tu duela, el granito perfecto de tu cocina o tu inmejorable entrada de luz, sí puedo decir que, desde que te vi en foto, supe que nos habíamos encontrado.


Aunque, así como me gusta creer que Valladolid nos mejoró el alma a Alex y a mí estos 2 últimos años, también creo que tú lograste perfeccionarte con nosotros ya que, si bien tus acabados contemporáneos te hacían ver bien, para nada tenías el encanto que actualmente portas. Y sí querido, es cierto que te veo con ojos de amor, pero ciega no estoy. Es más, sin pena, admito que me deshice de unos muebles de tus ex habitantes para intercambiarlos por otros que te hicieron lucir aún más deleitable.


Te quiero decir algo que seguro me has escuchado decir anteriormente porque sé que tus paredes escuchanpero hoy te lo escribo directamente a ti:


Una de las características que más admiro de alguien es cuando, pese a la situación, sabe estar. Quizá pensarás que soy insoportable porque se sabe que con el simple hecho de estar, ya es ganancia, pero de verdad que hay personas que hacen magia y no solo están, sino que saben hacerlo y tú, querido, diste cátedra en saber estar.


Al inicio de estos dos años no te cansaste (o por lo menos, no lo demostraste) de escuchar nuestras súplicas —a modo de plática— de que por favor saliera pronto una vacuna para después, una vez cumplido ese deseo, convertirlo en una petición de apertura de fronteras europeas porque ¡cómo nos urgía que nuestra familia y amigos te conocieran a ti y a Valladolid! ¿Lo mejor? Ese deseo también fue concedido antes de lo esperado.


Solo tú sabes cómo ansiábamos presumir tu amplitud y tu inmejorable ubicación en Plaza España cerca de la catedral y sus bares, en especial, Señorita Malauva, La Sastrería y la Cárcava, así como de la Plaza Mayor y nuestros restaurantes favoritos: Jero, La Parrilla de San Lorenzo, Lunático y Zagales, por decir poquísimos.


Todo esto sin dejar a un lado que, a escasas cuadras, compartes espacio con Campo Grande que, además de ser mi parque favorito, también funge como la casa máxima de los pavo reales, cisnes y patos vallisoletanos. Misma ubicación donde, a un par de minutos y sin temor a equivocarme, se encuentran los mejores viñedos, o por lo menos, varios de los que tuvimos la fortuna de cosechar. Gracias por tanto Ribera del Duero.


Nos hicimos tan íntimos que decidí hacerte el único testigo de cuando un 18 de marzo de 2022 le di ahora yo el anillo a Alex y, para nada fue la única celebración, pues nadie mejor que tú lograba seguirnos la fiesta cantando al son de la bocina de Siri mientras iluminabas el espacio con las múltiples luces que te colgué sin necesariamente ser Navidad.



Presenciaste cómo cientos de copas de vino nos vaciaban los sentimientos y cómo intercambiábamos botellas por pláticas largas hasta preguntarnos: ¿nosotros nos bebemos al vino o es el vino quien nos vacía?



También nos consolabas el día después de esos días glamurosos en los que el vino nos vaciaba el alma y solo queríamos estar echados en la —no tan linda, pero sí muy cómoda— sala y me acompañaste a oscuras en mis innumerables insomnios. Ahora lo entiendo, eras tú quien no me dejaba dormir porque querías más tiempo para los 2 y, no querido, para nada es reclamo.

Nos viste gozando Super Bowls a deshoras y devoraste con nosotros un sinfín de series nuevas y no tan nuevas como Breaking Bad para seguirle con Better Call Saul. Incluso, podría asegurar que te escuché llorar conmigo en el final de This is Us.


Hablando de lágrimas, vaya que secaste un par de litros; incluso, me gusta pensar que conspiraste con Nanny para iluminar estratégicamente de vez en vez el espacio donde reposó su foto desde aquel 18 de julio de 2021.



Además de estas mil y una letras escritas (y otras leídas), fuiste testigo de mis ganas de aprender del vino a través de un curso de enoturismo y también de mis fallidos intentos de tocar el teclado, de hacer bisutería y de pintar acuarelas e incursionar con el acrílico.


Fuiste el primero en percibir todos y cada uno de mis inventos culinarios incluyendo mi (próximamente) famosa tarta de queso. Soportaste un par de discusiones que, en su mayoría, radicaban en que yo no acomodaba bien los platos en el lavavajillas o en que Ale no bajaba la basura en la mañana.


Fuiste testigo de cómo Ale dominaba las horas de estudio y trabajo mientras hacía del café y las siestas europeas sus aliados favoritos. Escuchaste a modo de chisme mis videollamadas y te constó que siempre prendíamos "la vela de la intención con olor a chai" cada que algo muy importante estaba por suceder, como la llegada de sobrinos nuevos y las despedidas al cielo, la más reciente, nuestra querida Vita.



Aunque, como buen pucelano, también fuiste muy directo y nos pusiste un par de límites desde el principio. Como cuando en el primer invierno abusamos de tu calefacción y tuvimos que pagar cientos de euros porque no sabíamos lo caro que era. También nos enseñaste que si queríamos secar ropa en tu balcón, necesitaba colgarse con muchas pinzas porque, de no hacerlo, se iba a China, pues el patio que está debajo corresponde a una familia de chinos que, más de una vez, nos tuvieron que dejar pasar a la intimidad de su casa —que expedía un olor interesante— para recoger nuestras mal colgadas prendas caídas.


Qué afortunados fuimos de haber vivido tantas etapas resguardados en ti, aunque podría presumir que tú también te resguardaste en nosotros al presenciar situaciones que nunca te había tocado experimentar, como lo fue la incertidumbre de un breve toque de queda antes de las 11 pm o la emoción del fin de las mascarillas en interiores y exteriores debido a una pandemia. ¡Y claro! Cómo olvidar las 2 nevadas que nos tocaron y no se hacían presentes en Valladolid desde 1992. ¿Ya habías nacido en ese año? Yo apenas…



Notaste cambios en nuestros looks. Mi corte de pelo, por supuesto, y no menos importante, viste a Ale regalarme un par de kilos, mismos que vienen de los lugares anteriormente mencionados y de Bertiz y Croqueta y presumida, la mejor panadería y croquetería que pudimos tener cerca.


Te portaste a la altura cuando, por orden de aparición, vinieron a visitarnos nuestra familia de sangre y la escogida: Alcalá, Benja y Danny, Majo (la primera desde México), JC y Darene, Paco y Maye, Isa y Erich (recién comprometidos), Sofi y Ramón, Héctor y Maggie con Aquiles, Alma, Sonia, Sandra y Alex , Gaby, Andre, Juan Pablo, Betty y Jaimus, Paco, Anette, Arturo y Fer, Kike y Fer (recién comprometidos), Toño, Max, Mario y Nat, Juan Carlos y Natalia, Alma y Gigo, Mariela, Carlos y Cris y, para cerrar el ciclo perfecto, Alcalá de nuevo, pero esta vez con Yoli.


Si nos llega a fallar la memoria y empezamos a perder detalles de esto, sabemos que siempre contaremos con ustedes para extender lo vivido y les prometemos que al revés será igual. Gracias por venir y estrenarnos de hosts (y guías turísticos) en nuestra primera casa, nada nos hizo más felices que engordarlos y cuidar hasta el mínimo detalle de su estancia. Nunca lo vamos a olvidar.



Regresando a ti, querido, yo sé que tú no solo escuchas, también sientes y, por esta misma razón, cambiaré el tradicional “Hasta luego” por el muy utilizado aquí en España: “Hasta ahora” y nos llevamos la promesa de que si en algún momento nos llegamos a sentir perdidos, tenemos la opción de tomar un vuelo a Madrid para de ahí dirigirnos a la estación de Chamartín que nos llevará directo a Valladolid en donde, a un par de cuadras, está la calle de Panaderos y, al lado de un supermercado Día, está el edificio número 10 y, adentro, en el tercer piso, estarás tú detrás de la puerta D listo para recordarnos por qué nos elegimos y lo que nunca querremos olvidar.




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