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  • Andrea García Cavazos

Los pensamientos de temporada

Una de las diferencias que más he gozado de vivir en Valladolid es la de “sí tener tiempo” para todo. Claro que detrás de esa “abundancia” habitan muchos y diferentes factores, sin embargo, son 4 los principales a los que les debo esta felicidad extra y son muy diferentes entre sí: primavera, verano, otoño e invierno.

Y es que, si bien son las mismas estaciones que existen en la teoría de CDMX, en la práctica no son muy distintivas entre una y otra. Es más, podría asegurar que en CDMX las 4 estaciones se llevan tan, pero tan bien que cohabitan todos los meses del año, pues no se me ocurre un gran diferenciador entre ellas más que las —muy afortunadas— jacarandas en primavera y, claro, el indicador más notorio de cuando una estación viene y la otra se va: las colecciones en las tiendas de ropa. Porque, no sé desde cuando, pero es un hecho que el drama se le subió a la lluvias de la CDMX ya que protagonizan cuando quieren y ya no “solo” en algunas épocas. En cuanto al frío de Allende, si bien sigue dando de sí, no es noticia que... ya no es el mismo de antes, pero bueno, no puedo juzgarlo pues él solo ha reaccionado a nuestros malos tratos. En fin, no digo todo esto a modo de queja hacia México, la verdad es que en los —larguísimos para mi gusto— inviernos europeos yo añoro no tener que envolverme en 200 capas como en los fríos de por allá, pero lo que sí es un hecho es que aquí la relación entre las mismas 4 estaciones no es tan cercana como en CDMX. En España, cuando una estación anuncia que va a llegar, la otra recoge sus cosas y se va sin marcha atrás. Tampoco es queja, la verdad es que esa puntualidad y nitidez en cada una de ellas deja en sus recorridos paisajes divinos y cambios de humor, sin embargo, lo que más les he aprendido, porque a la naturaleza no se le juzga, se le aprende, es la pausa que cada una de ellas nos obliga a tomar antes de su llegada... o su salida. Me duele aceptarlo, pero yo a esos pedazos de tiempo los tenía muy ninguneados al tratarlos como espacios en los que nada pasa, pero ya no más. Aquí ese inter en el que el otoño le anuncia al verano que ya viene, indica arreglos por hacer, tales como: esconder al fondo del closet tu ropa ligera y con ella, los pensamientos que le hacen juego. Porque de verdad que cuando hace frío, el encontrarte un vestido de tirantes por error te da aún más frío. Algo así como cuando estás pensando en algo que te llena de felicidad, y de la nada —y muy violentamente — un pensamiento trágico irrumpe.


Así que ya sé que para mis próximos inicios he de elegir bien mis looks externos, así como los pensamientos de temporada Que le hagan juego y colgarlos a mi fácil alcance. Sin duda esto no me blindará de todos los imprevistos del tiempo, pero por lo menos… ¿no tener frío mientras?

Ahora que lo pienso, qué ridícula me vería en invierno luciendo pensamientos veraniegos. Se sabe que durante el verano, uno y su alma tienen que estar semidesnudos. Tampoco quisiera imaginar lo maleducada que me vería ante la primavera con mis pensamientos otoñales. Ella floreciendo y yo arrancándome los sentimientos; y es que, es cierto que la melancolía siempre está en tendencia, pero nada como dejar ir al mismo tiempo que los árboles a sus hojas.


Y pues nada. Aclarado esto, no creo que las estaciones hagan que yo tenga “más tiempo”, pero sí que me han regalado las pausas necesarias para apreciarlo distinto y eso, para mí, es aún mejor, porque si de algo estoy segura es que a la naturaleza no se le juzga, se le aprende… o por lo menos, se le imita.

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